Tutmosis III, uno de los faraones más destacados del Antiguo Egipto, no solo es recordado por sus logros militares y su expansión del imperio, sino también por el misterio que rodea su momia. Descubierta en el Valle de los Reyes, la momia de Tutmosis III ha fascinado a los arqueólogos y entusiastas de la egiptología durante décadas.
La momia fue encontrada en el escondite DB320, un sitio que contenía varias otras momias reales. Sin embargo, a diferencia de muchas otras, la momia de Tutmosis III presentaba daños significativos, posiblemente causados por ladrones de tumbas o por el propio proceso de momificación que, en este caso, parece haber sido apresurado.
Además, se descubrió que la momia había sido trasladada de su tumba original, una práctica común en el Antiguo Egipto para proteger los restos reales de los saqueadores. Este traslado contribuye al misterio que envuelve a la figura de Tutmosis III, ya que plantea preguntas sobre los motivos y las circunstancias exactas de su muerte y sepultura.
Estudios recientes han permitido obtener más información sobre su salud y su muerte. Análisis de ADN y estudios radiológicos sugieren que Tutmosis III podría haber padecido de enfermedades como la arteriosclerosis, una afección que habría sido rara en esa época debido a la dieta y el estilo de vida egipcio.
A pesar de los avances científicos, la vida y muerte de Tutmosis III siguen rodeadas de enigmas. Su momia, aunque dañada, sigue siendo un testimonio silencioso de la grandeza y las dificultades de su reinado, así como de los peligros que los faraones enfrentaban incluso después de la muerte.
Amelia y su equipo, impulsados por una mezcla de curiosidad académica y sentido del destino, siguieron el antiguo mapa hasta las profundidades del desierto. Después de un viaje agotador, llegaron al sitio: un enorme templo excavado en la ladera de una montaña, oculto por las arenas del tiempo. La entrada estaba adornada con colosales estatuas de dioses y tallas intrincadas que representaban la vida y el reinado de Tutmosis III. Dentro del templo, navegaron a través de pasillos y cámaras laberínticas, cada una llena de trampas y acertijos diseñados para disuadir a los intrusos. Utilizando su conocimiento de la cultura del antiguo Egipto y las pistas del pergamino, finalmente llegaron al santuario interior. Allí, bañado por un rayo de luz solar procedente de una abertura oculta en lo alto, se encontraba el Ojo de Ra, una magnífica gema que irradiaba un brillo sobrenatural.
Mientras Amelia contemplaba el Ojo de Ra, sintió una profunda conexión con el pasado, el legado de Tutmosis III y el espíritu perdurable del antiguo Egipto. Se dio cuenta de que este descubrimiento no se trataba sólo del tesoro, sino del conocimiento y la sabiduría que representaba. Al regresar a El Cairo con el Ojo de Ra, la Dra. Carter y su equipo fueron aclamados como héroes. El descubrimiento cautivó al mundo y arrojó nueva luz sobre el reinado de Tutmosis III y las creencias espirituales del antiguo Egipto. El Ojo de Ra fue colocado en el Museo de El Cairo, junto a la momia de Tutmosis III, donde se convirtió en un símbolo del perdurable misterio y majestuosidad de la antigua civilización de Egipto. Al final, el descubrimiento de Amelia fue un testimonio del encanto atemporal del antiguo Egipto y un recordatorio de que incluso muertos, los faraones de antaño todavía tenían secretos que revelar.